No concibo la lucha por un objetivo, aparentemente inalcanzable, sin la motivación. Pienso, por otra parte, que tanto en el deporte como en la vida, el factor motivador más importante es el triunfo. Y como en tantas otras cosas, el éxito se alimenta del éxito. Es necesario que un equipo o un jugador se conviertan en adictos al triunfo si queremos que se conviertan en campeones. Y seguramente el mayor triunfo se logra cuando la diversión se convierte en el camino hacia la victoria. Un equipo encuentra el equilibrio cuando su espíritu competitivo está preparado tanto para la victoria como para la derrota, ya que lo más importante no es caer sino levantarse rápidamente.
Si nos paramos a pensar un segundo, seguro que todos podemos recordar un momento en el que hemos saboreado esa sensación de éxito en lo profesional o lo personal. Y seguro que nos gustaría volver a sentirlo, vivirlo y en definitiva disfrutarlo. A todos nos gustaría entrar en el círculo de las victorias y los éxitos. Sin embargo, debemos tener cuidado, ya que no todo lo que se gana supone una victoria y todo lo que se pierde una derrota.
Por eso, en mi opinión, ya sea como padre, como hijo, como amigo, como deportista amateur o profesional, como ama de casa, o en definitiva sea cual sea nuestra profesión o posición, es bueno marcarse objetivos ambiciosos, aunque razonables, que nos permitan saborear el éxito. Por otra parte, todos deberíamos entender que entre nosotros y el éxito suelen situarse muchos contratiempos que no deberían distraernos de nuestro objetivo. Eso es lo que diferencia a un campeón de uno que lo es. El campeón no permite que nada ni nadie se interponga en su camino hacia la victoria, y está dispuesto a levantarse todas las veces que sean necesarias.
Si mi hijo, por ejemplo, sacase el día de mañana un cuatro en inglés, no le pediría que automáticamente sacase un diez. Primero le pediría que sacase un cinco, y después, dándole muchos ánimos, trataría de motivarle para que fuese sacando mejores notas. A medida que fuese creciendo como estudiante, irían llegando los éxitos. Siempre son más de agradecer las palabras amables y de aliento tras la frustración que produce una derrota, que una palmadita en la espalda tras una gran victoria.
Los retos cotidianos le dan sentido a nuestras vidas, y mediante su superación crecemos como personas día a día. Sin darnos cuenta, éstos nos moldean y nos hacen mejorar como profesionales y como personas.
La única manera de saborear el éxito es poniéndolo al alcance, y por eso es muy injusto que a nuestros jugadores, subordinados, dependientes, empleados o hijos les pongamos metas inalcanzables. Eso solo provocará frustración. Las metas inalcanzables desmotivan y hacen que la gente ya no quiera seguir luchando por mejorar. A mí me gustan los retos, pero me gustan más cuando los supero, y para superarlos debo creer que es posible conseguirlo. Sin embargo, eso es diferente a que sean fáciles, sencillos y ausentes de ambición. Debemos también aprender que los problemas que se nos plantean en la vida no son más que retos a conquistar, y de esa forma transformar las dificultades en peldaños de una escalera ascendente que nos llevará al éxito profesional y personal. Y tan importante es la celebración de cada logro alcanzado como el pensamiento de retos futuros más exigentes.
Además, considero que es nuestra obligación la de reconocer con palabras y sobre todo con hechos, el trabajo y los logros de la gente que nos rodea. El estímulo que eso puede provocar es importante a la hora de que nuestros jugadores, empleados, hijos, se planteen nuevos retos. El secreto de los que triunfan es que siempre están dispuestos a volver a empezar por ellos mismos, y en este sentido el reconocimiento hacia ellos es fundamental.
También es obligación de los que tenemos, en un momento determinado, más experiencia, no exigir la excelencia a alguien en una faceta en la que sabemos que es un objetivo inalcanzable. Debemos procurar que los que nos rodean aprendan a reconocer y explotar sus habilidades. Con ello también les estaremos ayudando a que reconozcan sus limitaciones. Y no hay nada de malo en ello. La felicidad y su satisfacción la encontrarán en su equilibrio interior. Si no lo hacemos, la persecución de la excelencia creará heridas difíciles de curar, y la búsqueda, en mi caso, de la excelencia deportiva, evitará que los deportistas no se conviertan en excelentes personas, que es claramente un objetivo de mayor entidad.
“Para llegar a la excelencia hay que formarse, para traspasarla hay que transformarse.” Xesco Espar, cuánta razón tienes en esto…
Por tanto, motivar a la gente que nos rodea, es quitar alguna de las piedras que se encontrarán en el camino hacia el triunfo profesional y personal. La experiencia debe utilizarse con sabiduría, para que los consejos que demos se conviertan en potenciadores eficaces hacia metas alcanzables. De esta forma, cuando otros triunfen y saboreen el éxito, nosotros también lo haremos con gran satisfacción, y el agradecimiento será mutuo.
No olvidemos, por otro parte, que buscar el éxito rehuyendo del esfuerzo y el sufrimiento es inútil. El esfuerzo nos mantiene en el camino correcto. Y cuando alcancemos el éxito, hagámoslo con humildad. Por desgracia, las victorias suelen convertirse en un juego de suma cero, es decir, que para que la consigamos otro debe perder. El reconocimiento de nuestro adversario se convertirá en el reconocimiento de nuestro mismo camino. El respeto por el rival nos humaniza y acaba por realzar nuestros propios éxitos.
Me considero una persona trabajadora, humilde, optimista y generosa, que fomenta el crecimiento personal y profesional de los que le rodean, como camino hacia la realización y el éxito personal. Y espero poder seguir contando con la habilidad de combinar experiencia y juventud, a partes iguales, para que el juego que ponga en práctica en los equipos que dirija siga siendo fresco, atrevido y muy emocionante y enfocado a conseguir el éxito en equipo.